1 nov 2010

Etiquetado social


Desde que vivo en una urbanización, algo aislada, de un pueblo serrano, han sido numerosas las ocasiones en que mi familia me ha preguntado si no me daba miedo salir por la noche a pasear al perro o tirar la basura. Pero la verdad es que me daría más miedo pasear por la calle Gran Vía, de madrugada. Y es que vivir en sociedad, es una actividad que entraña ciertos riesgos, que requieren diversas estrategias defensivas que ponemos en juego desde el momento que pisamos la calle diariamente.
Como todo bicho viviente, necesitamos tener la sensación de control sobre el entorno que nos rodea. Por ello recurrimos, principalmente, a dos tipos de comportamiento social: la exhibición o el mimetismo. Uno u otro dependen de nuestra personalidad, pero ambos son el resultado de esa necesidad de sentirnos aceptados por nuestros congéneres.
Hemos apostado, a lo largo de la evolución, por recabar la mayor parte de la información solamente a través de uno de nuestros sentidos: la vista. Por ello, nuestros ojos escanean todo lo que nos rodea, y en ese todo, las otras personas, ocupan la mayor parte de nuestra atención. Así nace esa tendencia que tenemos a clasificar y etiquetar al resto de la humanidad. Esto nos hace sentir seguros.
Pero ¿qué elementos nos permiten juzgar a otra persona y presuponer cómo es su personalidad?. Se me ocurren varios: sus gestos, forma de hablar, fisonomía, miradas, etc. En mi opinión, la manera de sonreir y la mirada de una persona, influyen de manera determinante en esa primera sensación y percepción, del otro, que tenemos. Cuántas veces asistimos a peleas absurdas entre adolescentes, en las que el argumento se basa en que alguien “ha mirado mal” a otro. También, nos sentimos inquietos ante la seriedad de la persona que tenemos enfrente y nos relajamos cuando esboza una sonrisa.
Es muy importante esa primera impresión o apariencia diaria. Cualquier persona a la que no sabemos qué etiqueta social adjudicar, nos genera desconfianza.
Frases como “una imagen vale más que mil palabras” y “la cara es el espejo del alma” vienen a refutar esta idea. Necesitamos etiquetar. Pero, en la mayoría de ocasiones, erramos en nuestro juicio, ya que sólo a partir de una breve impresión nos sentimos capaces de elaborar todo un perfil psicológico de otro individuo.
No creo a la gente que dice que nunca etiqueta a los demás. Es un comportamiento seleccionado a lo largo de la evolución que nos ha permitido nuestro éxito como especie social. Y aunque, biológicamente hablando, ha influido de manera positiva en nuestra supervivencia, su ética es reprobable.
A diario, intentamos cuidar al detalle la imagen que mostramos a los demás y buscamos su aceptación, para no incurrir en la exclusión. Sólo unos pocos privilegiados, consiguen que “imagen” y “yo verdadero” sean coincidentes y les cataloguemos como honestos, transparentes, francos, etc. El resto de los mortales, somos etiquetados en base a la imagen social que decidimos mostrar.

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